Cervantes vivió un periodo histórico caracterizado por el dominio de tres reyes gourmets: Carlos V, Felipe II y Felipe III. Tres libros de cocina se disputaron los favores del público de la época. El libro de guisados, de maese Ruperto de Nola; el Libro del arte de la cocina, de Diego Granado y el Arte de cocina, bizcochería y conservería de Francisco Martínez Montiño.
A pesar de la literatura del hambre que proliferaba en aquella época, en las principales capitales se comía bien, al menos mejor que en el campo. “Los castellanos comen tres o cuatro veces al día” contaba un viajero portugués.
Martínez Montiño fue uno de los más renombrados cocineros. Jefe de cocinas del rey Felipe II y cocinero real con Felipe III, se formó en la corte de Portugal, pues acompañó a la infanta Juana, hermana de Felipe II, cuando se casó con el heredero del trono portugués. Su influencia portuguesa se deja notar en muchas recetas. Su obra Arte de cocina, bizcochería y conservería llegó a sumar hasta veinte exitosas reediciones. Se utilizó como manual de cocineros hasta comienzos del siglo XIX.
La aportación de Montiño no se refiere exclusivamente al arte culinario; también muchas de las expresiones que emplea y sus técnicas de cocina pasaron a la posteridad e incluso se conservan hoy en día. Se le considera el inventor del hojaldre, aunque en ellos hay discusión respecto a la posible procedencia francesa de esa masa tan especial y por todos conocida. Conceptos como conservar, entendido como adobar frutas con azúcar, salpimentar o rellanar aparecen por primera vez en la obra de Montiño.
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